El destino es una parvada de aves;
de rumbos fijos, rutas precisas,
de rumbos fijos, rutas precisas,
estaciones perfectas y rituales
primitivos,
certeza son las aves.
Desde el albor de su existencia,
las personas anhelan su vuelo;
Ícaro, en búsqueda de su
infinitud,
hubo de entenderse humano,
transitorio,
imperfecto,
precipitándose ante su
naturaleza.
Ascendidas,
sus linos plumajes hechos de
fábulas,
sueños, fantasías,
y… fe;
con la gracia de su fuerza,
engendraron a los ángeles.
engendraron a los ángeles.
Pero… no son espíritus alados,
son evocación real y cierta,
del origen de todo.
Han de volver cada estación de
luz,
para decirnos y recordarnos:
- Este es
el preciso lugar donde vine a este mundo,
¡mi mundo! -.
¡mi mundo! -.
Torpe y soberbia la humanidad,
de vanidosos oídos,
no entiende su canto;
lengua antigua,
original,
primaria,
fue olvidada.
“… llenad
la tierra, y sojuzgadla…”
la desterró.
Pero la memoria original es
fuerte,
se eleva, canta cada mañana
y ha de hacer el cielo que
añoramos.
La creación, que en parvada
retorna,
se entona cada mañana con
bello trinar;
ignorantes de su esencia,
la enjaulamos,
le dimos nombres ajenos,
letras hieráticas,
ritualistas,
complicadas.
Portavoces de las
palabras de Diosa,
verbo de madre
perdido pero no extinto;
en cada nueva avecilla
ha de perdurar, volver,
nacer… libertar.
Algunas personas
han de ser aves;
son aves.
son aves.
Para
la querida Citla,
quien va siendo Ave.
23/11/2017
A.G.
Cabrera
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