Somos nuestros sueños, más aun
los que se nos han truncado.
Si una frase podría resumir las
sensaciones y emociones que sentí al leer al joven talento del escritor Raúl
Portero, es la anterior.
Sus textos son la estructuración
estética de la vida, pasiones, ligues y amor profundo de un gay promedio,
particularmente destaca, con todo y lo que me hizo sufrir, la novela: “La vida
que soñamos”, hermoso y crudo texto que nos pone frente al espejo de las luchas
que habiéndolas perdido nos hacen capaces de reaprender a amar, salir a flote y
volver a construirnos un proyecto de vida con alguien.
Historia del amante que más
que idílico se convierte en nuestro cómplice, con el que llegan a darse batallas
que se resuelven tarde, aún cuando ya ha partido, de esas que no nos derrotan, nos llenan de furia y nos hacen llevar la esperanza en la fuerza de haberlas sobrevivido.
“Nada mejor para conocer una
persona que metérsela en la boca”, metáfora ruda que utiliza Portero en uno de
sus capítulos, me evocó un tanto el movimiento beat, donde la crudeza del
placer y del cuerpo, nos enfrentan en el juego de palabras de éstos elementos,
con profundas emociones humanas. Hablar de alguien a quien rendimos el cuerpo
debe ser con noción de causa y con conciencia de lo que puede hablarse de nosotros, verdad que
debe tener presente “quien no soporta la idea del sexo por el sexo” aunque le
encante y sea parte de su ser en el mundo gay.
Con las personas que se aman
siendo gay sobran las palabras, nunca faltan las certezas, se aprende a vivir
construyendo la propia noción de amor y de fidelidad, se aprende a ser
profundamente humano.
Los juegos de tiempo que utiliza
en su novela, nos evocan diversos
momentos de nuestra vida como hombres que aman a otros hombres, como cuando la
memoria se te pierde por instantes estando con un nuevo gran amor en el recuerdo de otro pasado, aunque en esencia son lo mismo. “Carlos no consigue frenar las
lágrimas que brotan de sus ojos” nos narra contundente en uno de sus capítulos.
Es un texto donde se disfruta
el duelo y sus epifanías, el duelo de los “adioses apenas audibles”, de la vida
antes y después de él, de la cicatrización de los corazones rotos, de la rabia
de sentirse partido por una despedida no esperada. No es un texto apto para
duelos presentes, sino para fortalecerse en la memoria de los ya superados, es sobre la melancolía que nos hace mejores personas.
Es una novela de la esperanza que se logra aferrándose a
la esencia de lo que amamos, de quien nos amó, de lo que fue y será.
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