Hoy descansa, pero no del trabajo de una jornada, sino del de toda una vida, como la mayoría de los jornaleros con trabajos pesados, nuestros padres obreros pagaron con su cuerpo y esfuerzo, el bienestar y los privilegios de toda una generación, de sus hijos. Hace quince años que no pisa una mina, pero por más de 30 años lo hizo, seis días a la semana, nueve horas diarias o muchas más extras que, las circunstancias y la avaricia de alguien requerían. Mi padre siempre estuvo cansado y así, muy cansado, nos sonreía mientras nos criaba; cuando le jubilaron, porque a los mineros se les jubila antes de que se les tengan que tolerar las secuelas de las riquezas que se respiraron a diario, le regalaron una onza de plata troy, un obsequioso recuerdo de su esfuerzo que nos procuró un sustento, esa onza de plata vela sus padecimientos desde una vitrina de su casa.
Esta noche, velando su recuperación retribuyo algo de esos esfuerzos, han sido varias en realidad; desde el suelo de un hospital quisiera, justo ahora, agradecerle todo su cansancio, prefiero callar y dejarlo dormir, lo veo dormir como seguramente el me vio muchas veces cuando salía a trabajar en plena madrugada. Enrollo una chamara extra que traje para esta velada, la recargo junto a las patas de una silla de lamina y entrecierro los ojos, ayer lo abracé - te amo papá, todo va a salir muy bien -.
¿Cómo será velar los sueños de alguien casi toda una vida?, nunca lo sabré, mi agotado padre aún pregunta por los míos y los de mis hermanas. "La vida es ...", suena una canción del trapero Akil Ammar en la habitación contigua, son las 10:35 de la noche, una enfermera corre apresurada urgiendo a un adolescente para que calle su celular... Unos ojos se entreabren - ¿Necesitas algo padre?, ¿estás cómodo?, descansa aquí estoy, cierra tus ojos de nuevo -, mi padre finge dormir y yo sólo pienso en la letra de la canción que recién sonó:
"la vida es amar aunque nos duele,
buscar felicidad como caricaturas en la tele,
cazando sueños,
sentirnos plenos,
parecer tranquilos porque fuimos hombres buenos..."
Entrecierro mis ojos, procuro descansarlos de esa luz blanca de sanatorio que se clava hasta el fondo de los recuerdos de mi infancia, prefiero incorporarme y veo a mi padre sonreír procurando superar algo del dolor que siente, el siguiente analgésico le toca hasta las 12:30 am, yo le sonrío procurando paliar también algo de ese dolor; pocas veces sonríe, pero siempre que lo hace se siente muy sincero.
Me sumerjo en mis recuerdos sobre él:
Tenía 8 años cuando me llevó a montar caballos por primera vez, era un campo lleno de canales de agua, pasto y sembradíos de alfalfa alrededor, enmedio había grines de golf improvisados para el esparcimiento en el tiempo libre de los obreros de su pueblo, Naica, un mineral enmedio del desierto de Saucillo Chihuahua, eran nuestras vacaciones de verano de 1990...
- ¿Cuál caballo te gusta?,
ese negro azabache pá,
te voy a subir pero no llores-;
sí lloré.
Transcurría una ventosa tarde de octubre del 2000, yo cargaba una de sus maletas con las que partiría a trabajar en Estados Unidos, pesaba mucho, aunque no tanto como la pesadumbre de verlo partir a un rumbo desconocido; se esforzaba mucho, aún expresa con aire orgulloso que el esfuerzo allá vale cada centavo de dólar que ganó, pagó tres carreras universitarias al tipo de cambio de la época. Recuerdo que el primer año perdió casi un tercio de su peso corporal, al quinto año ya comprendía el inglés; esa tarde me abrazó y me dijo que se sentía muy orgulloso de mí, que fuera fuerte y que nunca permitiera que me hicieran menos por ser como soy, el viento arreció, unos meses atrás había conocido a mi primer novio.
- ¡Échale ganas campeón! -.
Había pasada una semana de mi cumpleaños, era febrero de 2015 y, ahora él cargaba una de mis maletas, arribó mi autobús con rumbo a la Ciudad de México, sacó un sobre de entre su chamarra y me lo dio, - ten para que aguantes mientras te pagan -, con eso cubrí apenas medio mes de renta en la Ciudad, fue mucho, valió mucho. - ¿Cuánto te vas a aventar allá campeón?; yo creo que dos años pá, mientras me estabilizo. Ya sabes que acá siempre te vamos a esperar -, hace seis años de ello. Ayudó a dejar mis maletas en el guarda equipaje.
- Échale ganas campeón, no vayas a llorar -.
No lloré.
Son las 8:00 am, toca su dosis de Levodopa, quiere dar unos pasos porque las piernas le pesan, le convenzo de que espere unos minutos a que haga efecto su medicamento. Intenta dar unos pasos mientras yo lo abrazo, quisiera hacerlo con toda la fuerza que él tuvo para sacarme adelante, sólo atino a anudarle la bata hospitalaria con toda la paciencia del mundo que el tuvo para conmigo, - Gracias campeón -. La vida es.
Julio/2022
A.G. Cabrera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario