domingo, 6 de enero de 2019

Día de reyes según mi abuela (reeditado):

"La adoración de los Reyes" (Rubens 1629)

Durante mi infancia, cercano el día de reyes, entre una pieza de pan de grasa y leche caliente que en la merienda mi “abue” Catalina nos daba cuando nos dejaban quedar a dormir en su casa, recuerdo al menos en cuatro ocasiones esta anécdota contada por ella:

Nacida en un rancho familiar llamado “Rancho Viejo”, en Dolores Hidalgo Guanajuato, (lugar de origen de una rama de los “Alamilla”), en aquella hacienda pobre, tal como ahora, no existía contacto más que con la propia familia, la tierra, los animales y la sierra de Santa Rosa.


Mi bisabuela Nicolasa “la perla blanca”, al menos en dos ocasiones, les llegó a decir que rezaran con mucha fe para que los Santos Reyes y el niñito Jesús se acordaran de ellas; tendría como ocho u nueve años cuando esto pasó y en su corazón, dice, nacía mucha devoción para que les trajeran unas muñecas; ella, junto con mis tías abuelas mariquilla y lola, se hincaban repitiendo las jaculatorias que mi bisabuela les indicaba.

Rezaban el santo rosario mientras se consumían las velas de cera de abeja pegadas al cuarterón de la cocina, pedían por su mamá y su papá, por sus hermanos que sacaban las vacas y las chivas al cerro, porque la troje se llenara ese año, por la leche, los quesos y conservas, por las monjitas que llegaron a darles catecismo y ensenarles a leer, por el agua de la presa, por sus hermanas para que los cristeros no se las llevaran y… por muchas cosas más. – ¡Así no Catita!, después del santo credo uno no se persigna sólo “en el nombre del padre”, sino completo, “por la señal de la santa cruz ” – insistía mi bisabuela.

En alguna, de ese par de ocasiones que rezaron a los santos reyes, dejaron el único par de zapatos que tenían en espera de un regalo, ella y mis tías abuelas no pudieron dormir de la emoción por lo que les traerían los “santosreyes”, el ladrerío de los perros tampoco ayudaba en esto. Al amanecer, cuenta que no encontraron regalos, zapatos, ni nada... no había nada; era el segundo año que pasaba y la desilusión no se sintió tan fea como la primera vez, ahí se le quitaron las ganas de hacer servicios en la capilla con las monjas, no los retomaría sino dos años después, para poder escaparse del rancho, tampoco terminó de enseñarse a leer y escribir.

Las friegas en el rancho eran duras y de sol a sol, por lo que ese día de reyes, a la hora de ordeñar en los corrales de las chivas descubrieron dos cabezas de monas mordidas y desgreñadas, - hasta con los pinches zapatos cargaron los chingados perros, nos rompieron todo -; cuenta que pasó descalza como quince días después de aquello . Cuando nos contaba esto, siempre decía que estuvo mejor que se llevaran las muñecas los perros, porque igual eran dos monas y alguna de ellas tres hubiera estado triste sin muñeca, fueron las únicas hermanas que ya mayores y en su senectud mantuvieron contacto, mi abuela es la única que aún vive.

Ahí se le acabó a mi abuela, creo, la confianza en la oración sin sentido, pero cobró más fuerza en ella la fe y coraje por salir adelante, a lo largo de su vida les necesitaría en muchas ocasiones. Faltarían poco más de dos años para que viera por última vez a su mamá, papá y algunos de sus hermanos y hermanas; tendría más o menos doce años cuando las mismas monjas que subían al rancho le pidieron a su mamá que se las prestara como criada, mi bisabuela no le preguntó dos veces y ella decidió que se quería ir a conocer la ciudad, Guanajuato, nunca volvió a Rancho Viejo. Al poco tiempo de llegar a la ciudad se escapó, comenzando a fraguar la propia historia de esta ala familiar, al margen de aquellas tierras serranas, de los perros que la privaron de tener un regalo de los santosreyes y desheredada para siempre de esa miseria hermosa. 

Esa primera decisión de vida y valor en una niña analfabeta, que al poco tiempo sería mamá con apenas quince años de edad, dio pauta para que el panorama fuese mejor en cada generación de nuevos hijos, hijas, primas, primos, nietas, nietos y quienes siguen en las generaciones que aun convivimos con ella.

El día de hoy, estoy seguro, la cuarta y quinta generación de esta familia, recibirá con entusiasmo y abundancia sus lindos regalos de los “reyes magos”. Quizá, la gracia del regalo recibido por las nuevas generaciones familiares tendrá algo que ver con esa primera decisión de una niña llamada “Catita”, quien encontró valor en los girones de su regalo en un corral para dejar su casa y construirnos una nueva, donde se contó muchas veces esta anécdota.  


El carácter de la abuela Cata se reflejó en algún mensaje de año nuevo dirigido a quienes componemos esta familia. Tomada en video, a sus ochenta y tantos años de edad, con sidra en mano brindando, nos dijo con voz franca:

- Les quiero y les amo mucho, los tengo a todos en mi corazón y a sus familias donde quiera que me escuchen. Brindo por ustedes, pienso en ustedes y pido por ustedes… ya nos les digo más, porque si no los voy a ofender por no venir a verme tan seguido… pero les amo a todos, donde se encuentren y lo que hagan sólo espero que sean felices y busquen la felicidad-.

Sean felices, ¡feliz día de reyes!  

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