viernes, 23 de diciembre de 2022

Cuento Navideño "Estrellas en las Manos".

 

“ESTRELLAS EN LAS MANOS”

 

Esa noche, mientras mi rostro se iluminaba con los cohetes que estallaban sobre la ciudad, el ambiente húmedo y gélido de aquella colina desde donde los miraba me invadió… Con esa sensación que uno siente cuando regresa a un lugar donde fue feliz, pero del que se marchó porque ya era necesario partir.

 

Mientras se apagan las últimas chispas de colores en el firmamento, vi pasar el fantasma de una estrella fugaz en esa primera madrugada de 1992, sentí la necesidad de regresar corriendo a la cena de fin de año que se daba en  aquella casona, bajé corriendo la pequeña montaña, traspasé con premura la huerta de mandarinas que abrazaba la parte frontal, un ladrido de bienvenida de la centella anunció mi entrada, acaricié el lomo de esa perra por última vez en mi vida y, también por última vez en la vida, cené junto a esa familia reunida.

 


I. SUEÑOS DE MEMBRILLO

 

Hacía tres meses que vivía en casa de mi tío Eustaquio, el mayor de una generación de nueve hermanos y quien, por mucho tiempo, fungió como patriarca de todo el grupo de vástagos que migraron desde Guachochi hasta Guanajuato, era también el hermano más cercano a mi padre.

 

La razón por la que acabé mudándome ahí, fue el proceso de sanación que requirió mi madre, ni su cuerpo ni su espíritu estaban en condiciones de cuidar a los hijos; así, mi hermanita Sarita y yo, de casi 4 y 9 años de edad, los de “en medio”, terminamos a cargo de mi tío en el otoño e invierno de 1991. Mientras mi madre sobrevivía a toda una vida de aflicciones, mi tío y mi tía Albina se encargaron de nosotros.

 

Las caminatas al Cerro de la Sirena, los acarreos de agua desde el río de las piletas, las subidas al Cerro de la Crucita y los licuados de plátano con Cal-C-Tose por las mañanas, fueron los abrazos que recibí durante esos meses, recuerdo de forma entrañable esos afectos y cariños.

 

Desde entonces son constantes los momentos en mi vida que, mientras pelo una mandarina y su cáscara expele gotículas con ese peculiar aroma o, mientras corto pedacitos de ate de membrillo para untar sobre un pan, mi añoranza rememora la huerta con mandarinas, nísperos y membrillos en la que salía a desayunar durante esas mañanas y vuelvo a percibir el aroma de los árboles cubiertos con niebla caída durante las madrugadas.

 

Esos aromas me recuerdan también a mi tía Albina, quien metía membrillos verdes entre su clóset y durante los otoños e inviernos sus ropas olían a esos frutos, a ese momento de mi vida, a… Ella.

 

Llegué a esa casona con una sensación de abandono, cargando una pequeña mochila en la que no faltaron mis tortugas ninja, mis tenis Canadá y las ganas de volver a ver a mamá, se me asignó dormir en la habitación de mi primo Pedro, un adolescente de dieciséis años, fan de Iron Maiden, en una recamara repleta con posters de “Eddie the Head” sosteniendo una cabeza en medio de una especie de holocausto nuclear.

 

Mi cama se improvisó junto a un ventanal colindante a una huerta repleta de árboles; una cortina semitransparente era el único límite entre la oscuridad de ese huerto, mi cama y mi imaginación infantil. El clima otoñal y los vientos de ese cerro, hacían que por las noches los frutales arañaran mi ventana, cada rasguño contra el cristal era una pequeña pesadilla en mi compungida mente, a esto abonaban los perros de la casa, híbridos de pastor alemán y coyote que gustaban de aullarle a la luna.

 

Las primeras dos semanas tras mi mudanza fueron duras, lloraba en silencio las tristezas que me pesaban, mi hermana Sara se volvió a orinar en la cama y mientras, escuchábamos susurros diciendo que mi madre se estaba muriendo, yo sabía que su espíritu estaba cansado, muy cansado de tantas decepciones y que necesitaba recuperar la capacidad de soñar. Saber que mi madre estaba enferma nos hizo aguantamos regaños, los – ¡no llore como niñita! – y los…  pídele al niñito dios que no se muera tu mamá.

 

A la tercera semana hice la costumbre de dormirme escuchando Waisting Lov, tocada en un cassette por una grabadora Boombox, mientras Eddie The Head acurrucaba mi descanso y los aullidos del perrerío arrullaban mis sueños. Todo esto me engendró esa profunda necesidad que tengo a veces, de dormir escuchando música, normalmente sucede cuando tengo la sensación de que me está llevando la chingada por algo que me agobia.

 

Según mi primo, se me fue quitando lo putito cuando dejé de llorar en las noches, en realidad aprendí a disimularlo. En celebración a que, según él, yo ya tenía mis huevitos bien puestos, se propuso completar mi colección de Tortugas Ninja, por lo que una noche de noviembre acudió a una mercería del centro, donde se robó al maestro splinter para completarla, además de una caja de esferas que colgamos en el arbolito de esa navidad.

 

“Dream on brothers, while you can

Dream on sisters, I hope you find the one

All our of lives, covered up quickly

by the tides of time…”

 

De a poco las noches dejaron de estar cargadas de miedos inexistentes, gusté de la oscuridad mientras veía el tintineo de las estrellas a través de las cortinas y el enramado, al tiempo que deseaba la sanación de mi madre; un sueño que era envuelto por el aroma de las mandarinas en rama, del ate de membrillos hirviendo en la cocina y… el frío de un milagro que no sabía cómo pedir.

 

II. PIÑATA ROBADA

 

Corrían las vísperas de navidad; mi primo Pedro, yo, el Cebollón, Mario, el Calacas y el Mayor, quien más me procuraba, salimos desde temprano por la tarde para recorrer las posadas del barrio de Pastita y la panorámica de Guanajuato. La idea era apañarnos los más de dulces, fruta y cuetes que se pudieran para repartirlos en la nochebuena.

 

Yo era el más pequeño de esta caterva de niños y adolescentes, el líder era Pedro, porque según el dicho y las quijadas de unos cuántos, era muy bueno para los madrazos. Ahora entiendo que, rebelde contra el genio de mi tío, él siempre estaba presto a encabezar muchas de las banditas del Cerro de la Bolita, Pastita y alrededores.

 

En esos momentos fui apodado como el “Poin”, por una mala caída que tuve mientras huía de una patrulla y en la que, según aquellos, el chingadazo sonó como un poing muy cabrón, mismo del que la adrenalina me recuperó de inmediato, para seguir escapando de la policía que nos perseguía.

 

La dinámica en nuestras andanzas era más o menos esta: Yo iba por delante junto con los más chiquillos del grupo, pidiendo que nos dejaran entrar a pedir posada, mi cara ayudaba mientras  rogaba que me dejaran pasar “con mi hermanito”, casi siempre lo conseguía. Ya en el festejo, mediante unos chiflidos llamábamos al resto del grupito a la hora del reparto de aguinaldos y de romper la piñata, el objetivo era robar ésta, era la forma en que, según nosotros, le dábamos en la madre a esos riquillos de las privadas del Mogote y de Guijas.  Poco a poco le encontré su encanto a esa adrenalina.

 

Mientras nos aprestábamos para dar el golpe, el Mayor se adelantaba conmigo llevándome de la mano, unas cuadras adelante me dejaba sentado en una banqueta o alguna jardinera, mientras él regresaba a la posada, yo sabía que cuando chiflaran otra vez, significaba que venían escapando con una piñata entre las manos y algún costal lleno de aguinaldo.

 

- ¡Apúrale pinche Poin!

 

- Wey, tu primo angelillo es bien rarito,

 

- Bájale pinche Mario o te voy a madrear.

 

- ¡Ya pues, nomás decía!…

 

Corríamos con rumbo al Cerro de Las Piedras, nos perdíamos entre las casas de cartón hasta llegar al tejaban del Mayor y el Cebollón, lugar que hacía las veces de guarida donde nos repartíamos lo robado…

 

- ¡Ay muchachos!, a ver si un día no me los alcanzan y les pegan.

 

- No se preocupe má, lo hacemos de puro relaj… -

 

¡Zaz!, un sopapo con un cucharón de madera detuvo la explicación del cebollón, el Mayor, su hermano, soltó una carcajada.

 

- ¡Cómo chingados no me preocupo!, luego si los agarran ¿Con qué los saco?, o más malo, que tal si me les dan un mal golpe por sus tarugadas.

 

- No se enoje Doña Mago; mire, mandó decir mi papá que se baje con lo chavos a cenar

por la Navidad, también invitó a Doña Sóstenes junto con Mario y el Calacas;

 

-¡Ay Panchito!, me da pena, además ya casi acabo el arroz

para el caldito que vamos a cenar nosotros,

 

- Pues ya no haga el caldo, allá hay tamales, buñuelos con piloncillo, pollos rellenos y

ensalada, llévese el arroz que al cabo se lleva con los pollos, así coopera y ya no le da pena.

 

- Bueno pues hijo, además el señor Eustaquio siempre nos trata muy bien,

déjenme que esté el arroz y nos bajamos a la huerta.

 

Los solapamientos de Doña Mago le costarían muchos desvelos en un futuro, algunos años más tarde encontraron picado al Mayor, después de un pleito entre aquellos callejones. Nunca se supo quién lo dio aquella puñalada en el pecho.

 

Aquella noche comimos Pulparindos, asamos bombones y quemamos cohetes en una fogata; más tarde, me hicieron darme un tiro con el Calacas, pues estaba de mi pelo y Mario, su hermano, quería saber qué tan bueno era para los vergazos, ambos terminamos chillando con los pómulos hinchados. Entrada la madrugada rompimos a patadas una piñata con forma de estrella de belén, en cada puntapié nos regalábamos la expiación de la rabia que cada quien llevaba a cuestas en su joven espíritu.

 

III. ESTRELLAS EN LAS MANOS

 

Diciembre terminaba, mientras se hacían los preparativos para la cena de fin de año, el señor la casona apuraba con voz autoritaria a todas las manos que ayudábamos, entre éstas las de mi querida tía Albina. En ese entonces no fui consciente de las tristezas que la acongojaban desde hace muchos años, pero sí fui testigo de una advertencia que ese día se le hizo entre dientes:

 

- Va a venir Sonia, ¡Trátala bien! Pobre de ti pendeja si haces alguna escena celos –

 

Pedro y yo fingimos que no escuchamos aquella orden.

 

Recuerdo que labios de mi tía perdieron su sonrisa, vi como sus puños apretujaron un mantel que habría de colocarse una de las mesas, decidió refugiarse el resto del día en la cocina, pocos se dieron cuenta de su ausencia en los convites, se concretó a servir las meriendas y las cenas de la noche, incluida la de la invitada más esperada de todas, Sonia, la dependiente de la boutique del pueblo.

 

Medio año después Albina se escaparía para siempre de aquella casona, huyó solamente con una maleta llena de ropa, unas cuantas joyas, lo que logró sacar de una cuenta bancaria y la dignidad que muchos creían que ya no tenía, además, mucho, mucho miedo. Se perdió durante cinco años de Guanajuato, no la volví a ver durante mi infancia sino hasta mi adolescencia, coincidimos sin querer en una matiné de domingo, ya no olía a membrillos y nunca lo volvió a hacer, pero su cara era fresca y llena de vida, más que la de aquellos frutos que solía meter entre sus ropas.

 

Cayó la noche de ese treinta y uno de diciembre, entre las charlas de los invitados escuché los rumores de que alguien en la familia se estaba volviendo loca, más tarde comprendí que se referían a mi madre…

 

- Pobre Lucha, acabar en el psiquiátrico -,

 

- ¿Quién sabe qué le pasó?, si se veía tan bien –

 

- Don Eustaquio nunca la ha querido por contestona,

se acuerdan cuando la iba a cachetear enfrente de… -

 

- ¡Shhh, ahí viene Don Eustaquio!

- ¡Gracias por tooodo Don Eustaquio!, usted siempre tan generoso.

 

Pedro me rescató de ese mar de maledicencias y, junto a la pandilla, decidimos subir con rumbo del Cerro de las Piedras para armar una hoguera; entre las diversiones que reunimos para la noche, se encontraba un puñado de bengalas llamadas Lluvia de Estrellas, quemarlas en medio de aquella oscuridad hacía que la explosión de chispas de colores fuera como tener estrellas entre las manos, los dientes chuecos de aquellos chiquillos se iluminaban del color del universo.

 

- El Mayor y yo trataremos de cruzar al otro lado para alcanzar

a mi papá, mi jefa ya juntó la lana para el pollero –

 

Meses después lo intentaron sin lograrlo, tuvieron que regresar a su barrio sin ahorros, sin futuro, sin nada; de su papá nunca más supieron algo, no recuerdo su nombre.

 

- Mi Jefa ya juntó para construir otro cuarto y que Mario pueda empezar la prepa.

 

Un año más tarde, varios policías y algunas retroexcavadoras se presentaron para demoler y demoler los tejabanes de ese cerro y desalojar a los pobres que contenían.

 

- Yo quiero regresar a mi…

 

Comencé a llorar sin poder articular más palabras.

 

- ¡Pinche Poin, eres bien chillón!

 

- No seas jotillo…

 

- ¡Que te valga madre si es o no es wey!

 

- Ya pues, ¡cámara Pedro!

 

Prometimos volver a reunirnos otras navidades, nunca sucedió. Al pasar los años me enteré por voz de mi primo sobre el asesinato del Mayor y, mucho después, mientras cursaba la preparatoria, una noche al caminar con rumbo a ésta, vi a un fantasma viviente saliendo de una casucha abandonada en el Barrio de la Alameda, me pareció que era el Cebollón, sujetaba con su mano derecha una mona de estopa, en sus ojos ya no quedaba nada del brillo que reflejaban aquella noche de 1991, fingí que no lo conocía y aceleré el paso, jamás lo volví a ver.

 

La noche avanzó y yo terminaba de quemar las últimas bengalas, sólo pensaba en que al día siguiente podría visitar a mi madre, era festivo y familiar en el psiquiátrico de la “T1” en León;  cuatro meses habían pasado desde que me despedí de ella, esa ocasión apenas sonrió, abrazó sin fuerza a los vástagos y prometió que volvería para dejar atrás todo lo que nos entristecía.

 

Comenzó a resonar sobre la cañada el estruendo de la pirotecnia que anunciaba la llegada del nuevo año, mientras mi rostro se iluminaba con los cohetes que estallaban sobre la ciudad, el ambiente húmedo y gélido de aquella colina desde donde los miraba me invadió… Con esa sensación que uno siente cuando regresa a un lugar donde fue feliz, pero del que se marchó porque ya era necesario partir.

 

Mientras se apagan las últimas chispas de colores en el firmamento, vi pasar el fantasma de una estrella fugaz en esa primera madrugada de mil novecientos noventa y dos, sentí la necesidad de regresar corriendo a la cena de fin de año que se daba en  aquella casona, bajé corriendo la pequeña montaña, traspasé con premura la huerta de mandarinas que abrazaba la parte frontal, un ladrido de bienvenida de la Centella anunció mi entrada, acaricié el lomo de esa perra por última vez en mi vida y, también por última vez en la vida, cené junto a esa familia reunida.

 

Muchos años más tarde regresé a ese lugar, con la paz que el tiempo y la adultez me obsequiaron, acudí para llevar un regalo navideño retrasado para un tío Eustaquio, ahora un viejo solitario, oloroso a mezcal y con muchos recuerdos de mejores épocas, en medio de una casona rodeada de troncos donde antes colgaban las frutos de estos sueños.

 

- ¡Feliz año mijo Ángel! -,


- Feliz año tío Eustaquio.

 

- Dale abrazos de mi parte a todos, también a Lucha, tu mamá -,

 

- Con gusto tío.

 

Los cohetes comenzaron a retumbar sobre aquella hondonada.


A.G. Cabrera.

Navidad de 2022.


viernes, 5 de agosto de 2022

Padre, la vida es...

 


Recostado sobre los azulejos del piso de un hospital público, observo la cansada mano de mi padre, mi mirada no se aparta de él, de su mano en particular, mientras velo su recuperación tras una cirugía. No puedo descansar el cuerpo ni la mente. Llega a mí un recuerdo de mi infancia que viví desde una perspectiva similar, yo recostado hace treinta años, también sobre el piso, pero en la sala de la casa donde crecí, mientras mi padre, tomaba una siesta tras llegar del trabajo, cansado de toda una jornada en la mina.


Hoy descansa, pero no del trabajo de una jornada, sino del de toda una vida, como la mayoría de los jornaleros con trabajos pesados, nuestros padres obreros pagaron con su cuerpo y esfuerzo, el bienestar y los privilegios de toda una generación, de sus hijos. Hace quince años que no pisa una mina, pero por más de 30 años lo hizo, seis días a la semana, nueve horas diarias o muchas más extras que, las circunstancias y la avaricia de alguien requerían. Mi padre siempre estuvo cansado y así, muy cansado, nos sonreía mientras nos criaba; cuando le jubilaron, porque a los mineros se les jubila antes de que se les tengan que tolerar las secuelas de las riquezas que se respiraron a diario, le regalaron una onza de plata troy, un obsequioso recuerdo de su esfuerzo que nos procuró un sustento, esa onza de plata vela sus padecimientos desde una vitrina de su casa.


Esta noche, velando su recuperación retribuyo algo de esos esfuerzos, han sido varias en realidad; desde el suelo de un hospital quisiera, justo ahora, agradecerle todo su cansancio, prefiero callar y dejarlo dormir, lo veo dormir como seguramente el me vio muchas veces cuando salía a trabajar en plena madrugada. Enrollo una chamara extra que traje para esta velada, la recargo junto a las patas de una silla de lamina y entrecierro los ojos, ayer lo abracé - te amo papá, todo va a salir muy bien -.


¿Cómo será velar los sueños de alguien casi toda una vida?, nunca lo sabré, mi agotado padre aún pregunta por los míos y los de mis hermanas. "La vida es ...", suena una canción del trapero Akil Ammar en la habitación contigua, son las 10:35 de la noche, una enfermera corre apresurada urgiendo a un adolescente para que calle su celular... Unos ojos se entreabren - ¿Necesitas algo padre?, ¿estás cómodo?, descansa aquí estoy, cierra tus ojos de nuevo -, mi padre finge dormir y yo sólo pienso en la letra de la canción que recién sonó:

"la vida es amar aunque nos duele, 

buscar felicidad como caricaturas en la tele, 

cazando sueños, 

sentirnos plenos,

parecer tranquilos porque fuimos hombres buenos..."


Entrecierro mis ojos, procuro descansarlos de esa luz blanca de sanatorio que se clava hasta el fondo de los recuerdos de mi infancia, prefiero incorporarme y veo a mi padre sonreír procurando superar algo del dolor que siente, el siguiente analgésico le toca hasta las 12:30 am, yo le sonrío procurando paliar también algo de ese dolor; pocas veces sonríe, pero siempre que lo hace se siente muy sincero.


Me sumerjo en mis recuerdos sobre él:

Tenía 8 años cuando me llevó a montar caballos por primera vez, era un campo lleno de canales de agua, pasto y sembradíos de alfalfa alrededor, enmedio había grines de golf improvisados para el esparcimiento en el tiempo libre de los obreros de su pueblo, Naica, un mineral enmedio del desierto de Saucillo Chihuahua, eran nuestras vacaciones de verano de 1990...

- ¿Cuál caballo te gusta?, 

ese negro azabache pá,

te voy a subir pero no llores-;

sí lloré.


Transcurría una ventosa tarde de octubre del 2000, yo cargaba una de sus maletas con las que partiría a trabajar en Estados Unidos, pesaba mucho, aunque no tanto como la pesadumbre de verlo partir a un rumbo desconocido; se esforzaba mucho, aún expresa con aire orgulloso que el esfuerzo allá vale cada centavo de dólar que ganó, pagó tres carreras universitarias al tipo de cambio de la época. Recuerdo que el primer año perdió casi un tercio de su peso corporal, al quinto año ya comprendía el inglés; esa tarde me abrazó y me dijo que se sentía muy orgulloso de mí, que fuera fuerte y que nunca permitiera que me hicieran menos por ser como soy, el viento arreció, unos meses atrás había conocido a mi primer novio.

- ¡Échale ganas campeón! -.


Había pasada una semana de mi cumpleaños, era febrero de 2015 y, ahora él cargaba una de mis maletas, arribó mi autobús con rumbo a la Ciudad de México, sacó un sobre de entre su chamarra y me lo dio, - ten para que aguantes mientras te pagan -, con eso cubrí apenas medio mes de renta en la Ciudad, fue mucho, valió mucho. - ¿Cuánto te vas a aventar allá campeón?; yo creo que dos años pá, mientras me estabilizo. Ya sabes que acá siempre te vamos a esperar -, hace seis años de ello. Ayudó a dejar mis maletas en el guarda equipaje. 

- Échale ganas campeón, no vayas a llorar -.

No lloré.


Son las 8:00 am, toca su dosis de Levodopa, quiere dar unos pasos porque las piernas le pesan, le convenzo de que espere unos minutos a que haga efecto su medicamento. Intenta dar unos pasos mientras yo lo abrazo, quisiera hacerlo con toda la fuerza que él tuvo para sacarme adelante, sólo atino a anudarle la bata hospitalaria con toda la paciencia del mundo que el tuvo para conmigo, - Gracias campeón -. La vida es.


Julio/2022 

A.G. Cabrera.

Letritas para el Alma XXVI: "Emmanuel".


Emmanuel es un bello recuerdo de mi juventud;

comenzó con su hermosa figura suspendida en el aire,

notas de una armonía, mientras era el verbo de su arte.

Danzar.

 

Es una provocación a la que aplaudí de pie;

mientras otros lo deseaban en silencio o… escupían el piso,

maldiciendo los sepultados dioses a los que bailó.

Admirar.

 

Emmanuel es el desayuno al que acudí con mis fantasías

y admiración de juventud como tentempié,

para sus grandes ojos que, sin hablar confesaron.

Desear.

 

Es el sí de una mañana en que ni siquiera preguntó,

certeza confirmada en las formas de su querer.

Dime Emma, ¿sabes cuánto te amo?

Sentir.

 

Emmanuel es la hora de la cena en el sillón,

con su mueca de genio y satisfacción incansable,

la misma que le conocí sobre un escenario.

Cautivar.

 

Es un cuerpo agotado que reposa entre mis brazos,

conciliando todos los sueños postergados,

con sus besos de presente que se sienten a futuro.

Soñar.

 

Emmanuel es aquella magia de la que me habló,

creatio ex nihilo de un precioso espíritu artista.

En el principio su talento que he gozado en piel y…

Amar.

 

Emmanuel hoy se cuestiona si esto es real.

Yo, confiado, respondo que sí.

 

Emmanuel es Hoy. 



A.G. Cabrera
07/Ago/2022

miércoles, 16 de febrero de 2022

¿Qué es lo #Woke?


Surgido como un movimiento de visibilización de todo aquello que era invisibilizado o no nombrado, actualmente perdió este enfoque y tiene que ver, con lo que yo llamaría los #DebatesBizantinos, pues si algo distingue la interacción en #RedesSociales entre las personas, es sin duda este fenómeno que, a mi parecer, ahora no es sino la proclividad a problematizar situaciones o hechos sacándoles de su contexto o sobre exagerando sus efectos,
con tal de generar un debate forzado sobre un tema que no tiene relación directa con la situación o causa en comento, llevando incluso el debate al nivel de la afrenta personal.


Un ejemplo común y muy palpable, me sucede frecuentemente al menos a mí, es que expreso mi opinión crítica o en contra de cierta acción o decisión política de un personaje político o partido y, automáticamente, se me acusa o se da por hecho que soy simpatizante de la opción política contraria o que estoy defendiendo acciones políticas de la otra facción que nada tienen que ver con lo abordado. Creo que es un fenómeno que, al menos en México, a quienes no estamos inmersos de forma directa tomando partido en la polarización política entre el oficialismo y su bloque opositor tradicional, nos ha dejado inmersos en esta fastidiosa diatriba de pronto, la cual es un buen ejemplo del "woke".

Un absurdo y como otro ejemplo del woke que me tocó leer recientemente fue el siguiente: En un comentario dado en un artículo sobre el valor cultural de los voladores de papantla, se externaba una opinión en la que se acusaba a estos  danzantes de ser los causantes de la posible extinción de cierta especie de mariposa, porque usan en sus ornamentos como cascabel, la semilla de cierta especie de árbol, que es usada en el proceso de crisálida de esa especie mariposa, se aseguraba así con cierta noción científica que fomentar esta tradición llevaría a la extinción de esta especie. El argumento sonaba científico y mostró cierto convencimiento en algunos lectores, pero dejaba de lado que, la principal causa de extinción de especies y ecosistemas en México, no son para nada las tradiciones de los pueblos originarios, sino la industria extractiva, la minería y la tala de bosques o hábitats.

Así pueden encontrarse, en el día a día, decenas de Wokes. 

Cuales son los factores o estrategias que he desarrollado para sobrepasar al woke:

1.- Abrir debates sólo con conocimiento de causa, cuando expreso una crítica u opinión en contra de algo (que es casi siempre el detonante del woke), lo hago, como dirían en mi pueblo, con los pelos de la burra en la mano.

2.- Estar abierto el debate reflexivo, no impositivo.

3.- Darle la vuelta al woke y no dejarse entrampar en un debate circular o bizantino sobre puntos de vista ajenos al punto a tratar, sacados de contexto o sobre exagerados.

4.- Y la mejor y que más me divierte, usar la #sátira o la ironía, el sentido de humor como contrarresta del woke. 

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